EN LA MISA DE HONRAS FÚNEBRES POR LOS FALLECIDOS EN EL ACCIDENTE AÉREO
DEL VIERNES 18 DE MAYO DE 2018
S.I. Catedral de San Isidoro
Holguín, 22 de mayo de 2018
El sábado en la tarde dirigí un sencillo mensaje a todas las comunidades de la Diócesis, tanto de la provincia de Holguín como las de Las Tunas. En la noche, en muchas de ellas, se celebraría la Vigilia de Pentecostés en la que, al igual que en el domingo, íbamos a rezar o a cantar el himno ¡Ven, Espíritu Santo!
VEN, ESPÍRITU DIVINO
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido,
luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
Es un Himno muy hermoso en el que, en una de sus peticiones, aclamamos al Espíritu de Dios, diciendo: “gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”.
Para eso, queridos todos, me he permitido convocarlos: para orar dentro de un clima religioso, de fe, en torno a la Palabra de Dios y a la celebración del Santo Sacrificio de la Misa y, de esa forma, favorecer a enjugar tantas lágrimas y a reconfortar en este duelo de las 70 familias de nuestra Diócesis que viven este difícil y triste momento.
Agradezco al Papa Francisco habernos enviado un mensaje de condolencia. Él visitó a nuestra Diócesis como “Misionero de la Misericordia” y, en esa ocasión, recordamos que las obras de misericordia son corporales y espirituales. Y una de las corporales es: “dar sepultura a los muertos”. Con el afecto y la oración hoy lo estamos haciendo en esta celebración.
Quiero agradecer a cuantos se han acercado a esta Iglesia Catedral -y a otros templos de la Diócesis- (como está sucediendo ahora mismo en la Parroquial Mayor de San Jerónimo) a orar por los fallecidos, por sus familiares y seres queridos, por sus compañeros de trabajo o estudio, por quien fue su vecino o estuvo en la familia. ¡Qué gesto tan significativo y, en la mayoría de los casos, totalmente anónimo! (sin alarde, sin publicidad, sin que se sepa, como acción amorosa de la que “la mano izquierda no se entera lo que hace la derecha”).
Cuántas personas -algunas muy cercanas- me han sugerido solicitar poder transmitir un mensaje radial; otras me han entregado el periódico con el pensamiento del fotorreportero Juan Pablo Carreras, también de lo expresado por el profesor Calviño en Cubadebate, por los testimonios ofrecidos a través de Tele Cristal, etc.
Ahora estamos en esta Catedral -centro y corazón de nuestra Iglesia Diocesana- integrando una asamblea orante con cuantos formamos el Pueblo de Dios en esta ciudad. Antes de la Misa hemos invocado la compasión y comprensión de María, la Madre de Jesús, a quien -en una hermosa escultura venerada en la Basílica de San Pedro, en El Vaticano- Miguel Ángel la llamó: “La Pietá”, ya que representa esa conmovedora escena en la que ella sostiene sobre sus piernas el cadáver de su hijo cuando lo descendieron del madero de la cruz y lo mira con ternura y con piedad. Por eso le cantamos: “tú conoces nuestras penas”.
Ahora, nuestra mirada se dirige hacia el retablo que, en su centro, tiene la imagen de Jesús, pero no en la cruz, sino resucitado y envuelto en los destellos de la luz que irradian vida y esperanza. A cada lado, una imagen que, en esta noche, tienen también un significado: Nuestra Señora del Rosario, co-patrona de Holguín desde su fundación en el Hato de Managuaco quien vivió de cerca los acontecimientos dolorosos en la vida de Jesús y, por ello, le decimos: “Enséñanos a decir ¡Amén!”, y también a San Isidoro, el abogado intercesor de esta Villa desde su fundación. ¡Es la ciudad de Holguín la que ora por sus hijos fallecidos y por las familias dolientes!
Por eso, queridos todos, fijémonos en la enseñanza que nos transmite la Palabra de Dios que ha sido proclamada en dos textos del Nuevo Testamento: 1ª Carta de San Pedro (3,8-18) y el Evangelio de San Juan (11,17-27)
Pedro escribe su carta a través de un escribano, propiamente él la dicta. ¿Y cuál es su mensaje? Tiene la ocasión de brindar varios consejos a quienes integraban la comunidad de discípulos en medio de una realidad no creyente e, incluso, en ocasiones, hostil.
Destaco las principales expresiones del apóstol: “sean compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes,… no devuelvan mal por mal, ni insulto por insulto, sino más bien, bendigan. Santifiquen a Cristo en sus corazones, estando siempre dispuestos para dar razón de la esperanza que hay en ustedes”.
En síntesis, invita a dar razón de la esperanza con sencillez. Por eso, miremos la imagen del Resucitado que representa “la piedra angular” en la que se fundamenta “la esperanza que no defrauda” (Rom. 5,5)
Y, en el Evangelio, escuchamos cómo Jesús fue a la casa de las hermanas Marta y María, en el pueblo de Betania, para darles el pésame por la muerte de su hermano Lázaro, de quien era amigo. El texto destaca que Jesús lloró, pero con su presencia no solo estaba compartiendo los sentimientos (como nosotros acostumbramos a decir: “Te acompaño en el sentimiento”), sino que las estaba ayudando a tener una respuesta de fe, de confianza en Dios. Por eso, le pregunta a Marta: “¿Crees esto?”.
Estamos en esta celebración para esto, para pedirle a Dios que fortalezca nuestra fe, al igual que la de nuestros hermanos cristianos de la Iglesia del Nazareno, cuya congregación perdió a diez matrimonios pastorales y, anoche en el Noticiero, escuchamos al superintendente decir con extraordinario sentido fraterno, que entre 8 o 10 niños habían quedado huérfanos por la muerte de sus padres. Rezamos por cuantos sufren y lloran la muerte de sus seres queridos en tantos hogares de nuestra Diócesis y de otras provincias. Y, también, elevemos nuestras súplicas por las familias de los tripulantes mexicanos, así como por las dos parejas de Argentina y México, junto con los dos sarahuíes.
Tengamos en cuenta, queridos todos, que diariamente mueren hijos e hijas de este pueblo de “muerte natural”: por ancianidad, enfermedades crónicas o por otras causas. Cuando la muerte es natural, hay un tiempo previo en el que los familiares, se disponen para lo que, en su momento, acaece. Hay “muertes trágicas” por accidente -como éstas-, por atentados o por las guerras. La Biblia utiliza un término: “en un abrir y cerrar de ojos” (1 Cor. 15,52), es decir, en un instante -como ocurrió el pasado viernes poco después del mediodía-. También hay “muertes inocentes”, como la de esos seres vivos -que aún no le habían puesto un nombre- y son aspirados de las entrañas de la madre y echados en un recipiente.
La vida del ser humano no concluye en una sepultura o en un osario. Rezamos en la Plegaria: “para los que creemos en Ti, Señor, la vida no se termina, sino que se transforma”. La criatura deja este mundo y se encuentra con su Padre-Dios “que es Amor”. Esa es la puerta del Encuentro que nos abrió Cristo con su resurrección y es lo que simboliza el cirio pascual encendido junto a la cruz. Recordemos que, al terminar de rezar el Credo, decimos: “Creo en la vida eterna o, también, creo en la vida de un mundo futuro”.
El viernes al mediodía -poco después de la 1.00 pm- fui al aeropuerto porque pensé en aquellos que estarían esperando a los que no llegaron para encontrarse con ellos. Allí recé pensando -a partir de la fe en Jesucristo- que el abrazo se los estaba dando Dios, rico en misericordia, en la eternidad.
¡Esta es nuestra fe! Y, por ello, recordamos lo que la Palabra de Dios nos enseña: “polvo eres y en polvo te convertirás” (cf. Gén 3,19 y Eclesiastés 12,7), “vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1,1), “No acumulen tesoros en la tierra, donde roen la polilla y la carcoma, donde los ladrones perforan paredes y roban… pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt. 6,19.21).
Oremos por el eterno descanso de los fallecidos, por la fortaleza de sus familiares, por el futuro de los niños y otras personas que han quedado dependientes… oremos por tantas personas que, a lo largo de estas cuatro jornadas, no han descansado para acompañar, aliviar, socorrer… también por las autoridades que toman decisiones, brindan orientaciones, sopesan las responsabilidades ante lo sucedido… oremos por nuestro pueblo para que, al igual que rezamos en la Misa, Dios nos inspire “la palabra y el gesto oportuno” ante quienes están tristes y necesitados.
Recordemos la expresión de San Juan de la Cruz convertida en canto, que dice: "Al atardecer de la vida me examinarán del amor” (Cantoral Nacional n. 266-A).
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